DÍA CONTRA EL RACISMO

María Teresa: “Cuando estás sin papeles te sientes vulnerable, sientes miedo y terror”

17/03/2023
María Teresa se define como “vascolatinoaméricana”. No en vano, aunque nació en Bolivia, lleva 19 años en Euskal Herria. Pero a ella le gusta decir que es fronteriza -entre Bolivia y Brasil-, y así lo remarca varias veces a lo largo de la entrevista. Sonríe con orgullo cuando lo dice, porque lo considera una oportunidad para ponerse, con mayor facilidad, en la piel de los demás. A pesar de la dureza de lo vivido, ella no se `achicopala´ (amedrenta). “Yo soy de combate”, remata, aunque confiesa que no siempre es fácil empoderarse y hacerle frente al racismo, “el rechazo al otro, sin motivo”, sobre todo, cuando no tienes red. Por eso, ella es red para otras personas, y da la cara por ellas. “Me arriesgo mucho, pero es que no me gustan las injusticias”, subraya.

María Teresa se define como “vascolatinoaméricana”. No en vano, aunque nació en Bolivia, lleva 19 años en Euskal Herria. Pero a ella le gusta decir que es fronteriza -entre Bolivia y Brasil-, y así lo remarca varias veces a lo largo de la entrevista. Sonríe con orgullo cuando lo dice, porque lo considera una oportunidad para ponerse, con mayor facilidad, en la piel de los demás. A pesar de la dureza de lo vivido, ella no se `achicopala´ (amedrenta). “Yo soy de combate”, remata, aunque confiesa que no siempre es fácil empoderarse y hacerle frente al racismo, “el rechazo al otro, sin motivo”, sobre todo, cuando no tienes red. Por eso, ella es red para otras personas, y da la cara por ellas. “Me arriesgo mucho, pero es que no me gustan las injusticias”, subraya.

Una operación urgente de su madre llevó a María Teresa a emigrar. “En mi país la sanidad tiene un coste muy alto. A mi madre tenían que extirparle un riñón y no podía costear la operación. Así que decidí emigrar a España en busca de trabajo. Llegué a Valencia con 60 euros en el bolsillo”, recuerda. Tras un mes allí, aceptó la ayuda de una amiga que residía en Bilbao. Nada más llegar obtuvo un empleo, que consistía en cuidar de cuatro niños. Mientras tanto, se alojaba en casa del hermano de su amiga, quien le quiso cobrar 40 euros por dormir una noche. “Tuve que dormir en el suelo y taparme con una alfombra. Me enfrenté a él. Finalmente, me votaron a la calle con mi hija, ¡en pijama!”, relata. Denuncia que mucha gente se aprovecha de la situación de vulnerabilidad a la que te aboca la Ley de Extranjería.

“Muchas chicas vienen de Paraguay y de Nicaragua a trabajar de cuidadoras. No tienen donde vivir, así que les ofrecen una vivienda a cambio de 400 euros y de trabajar 24 horas. Si te ves en la calle, sin papeles, sin tener donde vivir, lo aceptas. Yo trabajé durante ocho meses 12 horas al día; y los viernes, 16 horas, hasta las dos de la mañana, por 650 euros. Pero tenía un niño que mantener. Yo me dejé explotar para poder traer a mi familia. Al de ocho meses, cuando por fin pude traerla, decidí cambiar de trabajo. Ahí arranqué y dije: ¡nunca más voy a permitir que nadie me vuelva a explotar!”.

Conoce de cerca lo que supone estar en una situación irregular. “Yo necesité cinco años para obtener los papeles. Estar sin papeles significa que, a efectos legales, eres ilegal, así te ven. Te sientes desprotegido y vulnerable. Sientes miedo, terror”, recuerda.

“Cuando yo recién llegué, tenía muchas compis, hermanas del camino como yo las llamo, a las que sus jefas no pagaban por su trabajo. Si ellas exigían su sueldo, amenazaban con llamar a la policía. Yo no me achicaba y les decía que llamaran, que yo llamaría a Inspección de Trabajo.

`Si no pagas, no nos vamos´, les decía. Me enfrentaba con coraje”, sostiene.

Afirma que el racismo aún está presente en cuestiones tan básicas como el acceso a una vivienda. “En una ocasión fuimos a ver un piso para una amiga Boliviana. Tuve que llevar a dos chicas nacionales y ofrecer mi contrato y mi nómina para que confiaran”.

En otra ocasión, llevaron a María Teresa a la comisaría. Ocurrió al poco de llegar. Alquiló un piso para vivir ella y su hijo. Entonces trabajaba con una asesoría legal en Algorta (Bizkaia) y decidió que debía ayudar a otras personas en su situación, a quienes recibía en su casa para asesorarlas en la búsqueda de empleo. “La hija de la dueña del piso me decía que nosotros no podíamos utilizar el ascensor, que utilizáramos únicamente las escaleras. Un día recibí una llamada de la inmobiliaria diciéndome que debía abandonar el piso en un plazo máximo de un mes, cuando tenía un contrato de un año. Yo pagaba puntualmente y no incumplía ninguna cláusula del contrato”, concluye.

“Es una lucha muy dura, porque nosotras pensamos que es necesario construir un sindicalismo antirracista, pero otros dicen que sí, pero en la práctica no están dispuestos a cambiar”, concluye María Teresa.