“La lucha climática, es una pugna por el poder social”

17/07/2019
Artículo de Asbjørn Wahl, asesor sindical, ex portavoz sobre cambio climático de la ITF, escritor y activista político noruego.

La humanidad afronta actualmente una serie de profundas y desafiantes crisis: económica, social, política, alimentaria y, por supuesto, la debida al cambio climático, que amenaza la propia existencia de millones de personas.

Estas crisis tienen en común las mismas causas, que tienen sus raíces en nuestro sistema económico. Tanto la crisis económica como la climática son, por tanto, parte integral de la economía capitalista.

Se trata de un sistema dirigido a producir beneficios en lugar de valor de uso; que depende del crecimiento económico (sin él, el capitalismo entra en crisis); que explota a los trabajadores-as y sobreexplota los recursos naturales... Es un sistema que está al borde de destruir el planeta Tierra como espacio vital para las generaciones futuras.

Sin embargo, esta multiplicidad de crisis no solo supone una amenaza, sino también una oportunidad. Puede contribuir a reforzar la movilización de las fuerzas sociales necesarias para romper la tendencia actual, en favor de un desarrollo democrático y planificado de la sociedad.

Dado que las medidas para combatir el cambio climático exigirán grandes cambios en la sociedad, estamos ante un conflicto social de gran magnitud. No bastará con centrarse estrictamente en cuestiones de política medioambiental. La lucha climática y medioambiental debe situarse, por ello, en un contexto político más amplio.

Hace falta un planteamiento crítico con el sistema. El conjunto de nuestro modelo de sociedad, nuestro modo de producción y consumo, están cada vez más en cuestión. La salida de estas crisis exige un cambio sistémico, que solo puede producirse si somos capaces de provocar un profundo cambio en la correlación de fuerzas existente en la sociedad.

 

Acuerdo, pero no solución

En la Cumbre de París (la COP21, que tuvo lugar en 2015) se cerró el primer acuerdo verdaderamente global para luchar contra el cambio climático. Los gobiernos han estado negociando durante más de 25 años con el fin de reducir las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero (GEI).

Sin embargo, las emisiones no se han reducido. Es más, han aumentado en proporciones inmensas, en más de un 60% desde 1990, y siguen creciendo.

Las emisiones produdidas por el transporte han aumentado un 120% en los últimos 30 años, y siguen incrementándose en todo el mundo, incluso a un ritmo que supera los recortes habidos en otros sectores económicos. Hoy incluso el crecimiento de la energía renovable se ha frenado, y la inversión en ella está cayendo.

El objetivo declarado del Acuerdo de París es ambicioso. Se reforzó la meta de mantener el calentamiento global por debajo de los 2oC, de manera que los gobiernos deberían ahora “esforzarse” por limitar el incremento de temperatura a 1,5oC por encima de los niveles preindustriales.

El punto débil del acuerdo es que existe un desfase enorme entre esa meta y las medidas que se han acordado para alcanzarla. Basadas en las declaraciones voluntarias (denominadas “Contribuciones Previstas Decididas Nacionalmente” – INDCs) de todos los países sobre en qué medida están preparados para reducir sus emisiones, de momento nos dirigimos a un incremento de temperatura de 3-4oC. Esto significa que se avecina una catástrofe climática.

 

Conflicto de intereses

No obstante, la catástrofe puede evitarse. Es posible y realista reducir las emisiones de GEI de manera que se eviten los peores efectos del calentamiento global. Sin embargo, es muy peligroso creer que esto ocurrirá por sí mismo, mediante mecanismos de mercado y a través del proceso de declaraciones voluntarias ajustadas cada cinco años.

Para evaluar esta posibilidad, deberíamos preguntarnos por qué nuestros gobernantes durante los últimos 25 años han sido incapaces de acordar medidas necesarias. Es más, ¿por qué han sido inacapaces de hacer lo que la ciencia nos dice que es necesario para evitar la catástrofe climática?No será por falta de soluciones. La crisis climática puede evitarse. Tenemos la tecnología, conocimiento y competencias necesarias para evitar un desastre climático. El mayor desafío es traducir las palabras en acciones.

En esta pugna nos enfrentamos a algunas de las corporaciones más poderosas del mundo, aliadas con un ejército de políticos neoliberales que sirven sus intereses. Las compañías petroleras están entre las más grandes y poderosas empresas en el mundo, y están empleando todo su poder para evitar las políticas que perjudiquen sus intereses. Disponen de un poder económico y político enorme.

Por tanto, solo una fortísima presión desde abajo, por parte de una amplia coalición de sindicatos, movimientos sociales, ecologistas y otras fuerzas puede salvarnos de la catástrofe climática.

Esta lucha contra el cambio climático –contra la catástrofe climática– no es una lucha más que el movimiento sindical deba asumir, además de hacer frente a la austeridad. Se trata, y lo será cada vez más, de una importante parte de la misma lucha. Si no se frena el cambio climático, o si no se limita al objetivo de +1,5 o +2ºC, que están a nuestro alcance si actuamos rápida y dedicidamente, se convertirá de verdad en el mayor destructor de empleo.

Destruirá comunidades y producirá una degradación social extrema. Seguirá redistribuyendo la riqueza de abajo arriba, aumentando la pobreza de manera enorme y provocando crisis migratorias de dimensiones desconocidas. Nuestra lucha para evitar el cambio climático devastador es, por tanto, una importante parte de la lucha de intereses –la lucha de clases– en torno a qué tipo de sociedad queremos.

 

Propiedad pública y control democrático

La lucha contra el cambio climático exigirá una transformación radical en la sociedad. Actividades que afectan negativamente al clima tienen que paralizarse, mientras que deben desarrollarse las energías renovables, el ahorro energético y las actividades sostenibles desde el punto de vista medioambiental.

Para que esto también sea apoyado por la sociedad, los cambios deben producirse de modo que se salvaguarde la seguridad social y económica de la gente y, en definitiva, creen una sociedad mejor para todos y todas. Nunca se aceptará que sectores concretos de trabajadores deban soportar la carga en forma de desempleo y marginalización.

Dicho de otro modo, la transición debe ser justa, y esto solo se puede conseguir de manera planificada y sistemática, o sea, mediante procesos democráticos, y deberá ir de la mano de una redistribución radical de la riqueza en la sociedad.

Visto desde otra perspectiva, para salvar el clima necesitamos un nuevo tipo de control democrático, incluyendo también la economía. Necesitamos una política ofensiva y proactiva.

Necesitamos un viraje controlado de la inversión en fuentes de energía no renovables a renovables. Hace falta una reorientación de la industria existente y una reindustrialización basada en las energías renovables.

Necesitamos inversiones masivas en transporte público, que debe ser gratuito con el fin de frenar las crecientes emisiones en el sector del transporte. Necesitamos un planteamiento totalmente renovador del ordenamiento territorial y urbano, un ordenamiento cuyo eje central sea el medio ambiente y el clima.

Hay que impulsar la investigación y el desarrollo, además de la innovación y el desarrollo de competencias. En resumen, tenemos que hacer lo que haga falta para alcanzar el objetivo de mantener el incremento de temperatura por debajo de los 1,5-2,0°C.

La lucha contra la austeridad suscita la necesidad de la propiedad pública y el control democrático en varias áreas: en defensa de los servicios públicos, o en la lucha para volver a poner las propiedades y servicios privatizados bajo control democrático. Uno de nuestros mayores desafíos es poner bajo control democrático a las potentes corporaciones e instituciones que se benefician del complejo financiero-industrial de combustibles fósiles.

En la lucha contra el cambio climático, el sector energético está en la primera línea del frente: las emisiones de CO2 son en esencia energía, y si no se somete este sector al control democrático, no lograremos las profundas transformaciones que hacen falta al ritmo necesario.

 

Unir la lucha social con la que combate el cambio climático

El movimiento sindical deberá asumir un rol decisivo en esta lucha, por su estratégica posición en la sociedad. Sin embargo, los sindicatos están a la defensiva en todo el mundo y están expuestos a enormes presiones por parte de grandes poderes económicos.

En los últimos años el movimiento sindical ha desarrollado políticas cada vez más consistentes contra la austeridad y el calentamiento global. Lo que hace falta ahora es un debate más en profundidad sobre las estrategias eficaces y qué se tiene que hacer en términos de movilización y modos de lucha para alcanzar nuestros objetivos.

En todo caso, tenemos que actuar de manera rápida y decidida. Durante el proceso de la COP, que se ha prolongado más de 25 años, hemos visto cómo las grandes compañías petroleras y financieras, los gobiernos neoliberales y las fuerzas del mercado han sido incapaces de resolver estos problemas en nuestro nombre. Y se puede decir lo mismo de las crisis económicas y sociales. Las corporaciones están movilizando todo su poder para evitar cualquier restricción en su desesperada huida hacia adelante en pos de más beneficios. Los resultados inevitables son más austeridad y más emisiones de GEI.

Para los sindicatos, luchar contra el cambio climático no puede consistir en sacrificar las conquistas alcanzadas hasta ahora. Al contrario, se trata de crear una sociedad mejor para todo el mundo.

La transición hacia una sociedad medioambiental y sostenible tiene muchas ventajas. Se crearán miles de nuevos empleos en transporte público, energías renovables, renovación de viviendas e industrias sostenibles. La reducción de los GEI hará también que los centros de trabajo y las comunidades estén menos contaminadas.

Un mayor control democrático de la economía reducirá la competencia y la presión en los centros de trabajo. El fin de la sobreexplotación de las fuentes energéticas no renovables abrirá la posibilidad de una reducción radical de la jornada laboral. Entre otros efectos, una evolución de ese tipo hará que haya un menor grado de estrés, tensión y presión mental.

 

¡Más presión desde abajo!

La lucha contra el cambio climático y contra la austeridad no puede ser algo abstracto; debe centrarse en problemas y soluciones concretas de la vida diaria de la gente.

Tenemos que unirnos y ampliar las luchas. La mayoría de los sindicatos hoy está implicada en luchas contra la austeridad, cada vez más sindicatos se adhieren a la campaña contra el cambio climático. Iniciativas como la de Trade Unions for Energy Democracy (TUED, Sindicatos por la Democracia Energética) y la Global Climate Jobs Network (Red global de empleos climáticos) son realidades importantes en ese sentido.

Necesitamos coaliciones amplias dispuestas a luchar, una agenda más radical, más militancia y una presión cada vez mayor desde abajo para asegurar que puedan realizarse los objetivos y ambiciones fijadas en el Acuerdo de París.