Apostando por la igualdad real

22/11/2011
Un año más, entramos de lleno en la semana del 25N, Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres. Día oficial con protocolos oficiales y discursos bien intencionados y políticamente correctos, pero que llama, más que nunca a la rebeldía y reivindicación del movimiento feminista. Y en esta señalada fecha, desde el mundo del trabajo y desde un sindicato de clase abertzale como ELA ¿qué se dice? ¿qué se puede aportar?

Desde luego, nuestra lectura sindical comparte diagnóstico a la hora de señalar la desigualdad estructural de base entre mujeres y hombres como raíz de la violencia sexista. Tanto en el trabajo como en casa, así como en todas las esferas de la vida. Afirmación clara y contundente que desearíamos llegara hasta la última persona trabajadora y a toda la población en general. Y en este recorrido, la ruta marcada por la teoría y movimiento feminista se convierte en brújula imprescindible.

No obstante, no se puede negar que existen dificultades a la hora de nombrar la naturaleza y manifestaciones de la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres por el mero hecho de serlo. En el ámbito laboral, también. El calado de nuestra cultura patriarcal ancestral es imperceptible para mucha gente (incluso para gente progresista que apuesta por la transformación radical de la sociedad y la erradicación de las desigualdades).Menos aún en sus expresiones más invisibles y sutiles.

Pero hay que hablar claro. Hablar de violencia sexista implica hablar de desigualdad de poderes, de reconocer privilegios ilegítimos para los hombres, invisibles a los ojos de una sociedad patriarcal y capitalista que, igualmente, vertebra al mercado laboral bajo ese mismo prisma. Despojarse de tamaño lastre trae consigo tremenda trasgresión, sí, pero no podemos renunciar a la pelea totalmente legítima y necesaria por la igualdad de derechos para mujeres y hombres, pero sobre todo por el cumplimiento efectivo de estos mismos.

Y en esa encrucijada entre la igualdad formal y la igualdad real, en el reconocimiento de los derechos pero en el incumplimiento de los mismos, encontramos ejemplos concretos en el día a día de las empresas y/o  los centros de trabajo.

Sin entrar a valorar la voluntad política del entramado institucional para la promoción de la igualdad de género, nos preguntamos por qué a menudo se incurre en la creación de estructuras y procedimientos institucionales ambiciosos, con un gran nivel de sofisticación técnica que sin embargo, no viene acompañado de garantías mínimas para su sostenibilidad ni para su ejecución real.

Concretamente, en las empresas y centros de trabajo contamos con instrumentos como son los Planes de Igualdad y los Protocolos de actuación ante casos de Acoso Sexual y Acoso por razón de Sexo. A priori, la incorporación de este tipo de herramientas permite visibilizar problemáticas en materia de igualdad y violencia sexista en el ámbito laboral. Ahora bien, ¿de qué nos sirve contar con Planes de Igualdad técnicamente impolutos pero que no derivan en medidas o cláusulas concretas incluidas dentro de los convenios colectivos?; ¿Con qué partidas presupuestarias van a contar ahora que las empresas están planteando recortes?; ¿Cómo prevenimos casos de acoso sexual y acoso sexista, y no solo establecemos procedimientos de actuación ante hechos consumados?; ¿Cómo emprendemos procesos de negociación en cuestión de igualdad y violencia sexista sin una sensibilización ni formación previa?; ¿Cómo garantizamos la voz de las mujeres y de sus intereses en todos estos procesos?

Ante el empeño de las instituciones por acelerar procesos y programas que ni siquiera están en marcha en la sociedad, advertimos el riesgo de empezar a construir la casa por el tejado. Es decir, se trabaja como si las empresas, los centros de trabajo, las escuelas, etc. hubieran asumido y asimilado el principio de la igualdad en su quehacer diario sin rechistar.

Una igualdad formal plasmada en leyes e instituciones pero que tiene que ser alimentada, tomar cuerpo y músculo desde la práctica y el ejercicio de derechos concretos, de medidas concretas que erradiquen de raíz la desigualdad entre mujeres y hombres. Y precisamente desde ahí, desde la apuesta por una igualdad real, las mujeres tendremos más posibilidades de  ejercer con plenitud y garantía nuestro derecho a una vida libre de violencia sexista.   

Así, desde ELA, unimos fuerza y compromiso en esta lucha por la igualdad real, sobre todo con la negociación colectiva en los centros de trabajo y la movilización social en la calle. Una lucha impulsada y levantada por el feminismo, una lucha conjunta que supone a día de hoy, la mejor prevención y remedio contra esta enfermedad crónica que por ahora, este año se lleva la vida de 6 mujeres en Euskal Herria y castiga la vida de muchas otras y otros.