Se impone el machismo en las residencias de mayores de Gipuzkoa

08/08/2022
Aintzane Orbegozo
La patronal y UGT han querido cerrar el conflicto en las residencias de Gipuzkoa con un acuerdo antidemocrático. La Diputación (apoyando esa estrategia) aplaude el acuerdo en nombre de la “estabilidad” que necesita el sector.

ELA, sindicato con un 60% de representación, no puede dar su visto bueno a una “estabilización” basada en la explotación de las mujeres. Queremos organizar y empoderar a las trabajadoras para conseguir buenas condiciones laborales para ellas. Además, queremos aumentar la plantilla y mejorar la calidad de la atención que ofrece este servicio público básico. Ahí se enmarcan las 262 jornadas de huelga y cientos de movilizaciones llevadas a cabo por ELA en los últimos 4 años. En las residencias de Gipuzkoa también hemos hecho aflorar lo cotidiano, como las enormes cargas de trabajo, la falta de sustituciones o el aumento de los riesgos psicosociales.

Una semana antes de cerrar este acuerdo, Emilio Titos (director general de Mercedes) votó en su empresa en un referéndum lleno de trampas y fue respaldado por Raúl Arza (secretario general de UGT-Euskadi). El personal al que se aplicaba el nuevo convenio (especialmente de taller) votó en contra y, sin embargo, Arza exigió que en nombre de la democracia todos los demás firmaran su acuerdo. Después, con un tremendo autoritarismo y contando sólo con el apoyo del 7% de las trabajadoras de las residencias de Gipuzkoa, quiere imponer este acuerdo a todas. En ambos casos se repite un elemento, poner a UGT al servicio de las empresas para desactivar las movilizaciones. Es muy fácil apropiarse de las mejoras conseguidas gracias a las huelgas y movilizaciones llevadas a cabo por otros sindicatos. Eso se llama sindicalismo parasitario.

Ese seudoacuerdo no garantiza el poder adquisitivo. Se supone que habrá una subida del 13,5% en 2022, 2023 y 2024. A la vista del IPC interanual de los dos primeros años, eso ya supondría una pérdida de poder adquisitivo. En otros casos, han reducido los descansos y la antigüedad en la mayoría de las residencias (lo cual puede suponer un empeoramiento de las condiciones de muchas trabajadoras). Y omiten otras cuestiones imprescindibles para el personal (contratación digna o adopción de medidas de salud laboral).

Al inicio de la pandemia, ELA paró la huelga para hacer frente a una situación excepcional. Posteriormente, esas trabajadoras sufrieron mucho, muchas enfermaron en el trabajo por falta de medidas de protección adecuadas y tuvieron que hacer frente a la muerte de muchas personas residentes. Éste ha sido el pago de la Diputación y UGT.

En los convenios de la Construcción o el Papel que se han firmado estas semanas en Gipuzkoa está garantizado el IPC. Dos reflexiones: por un lado, en las residencias de mayores también es imprescindible lograr convenios que no empobrezcan ante las subidas de precios. Por otro lado, la lectura de género: en el sector residencial la mayoría de las trabajadoras son mujeres y con dinero público la Diputación ha agravado la brecha de género.

La Diputación quiere acallar las voces que cuestionan este modelo de cuidados. Ahí está la clave de por qué quiere gestionar así este conflicto: la Diputación quiere perpetuar el actual modelo de residencias. Para las empresas, los cuidados son una fuente de negocio utilizando el dinero público a costa de las trabajadoras y del servicio que se presta a los y las residentes. Hablan de un modelo centrado en las personas, que se sientan como en casa, pero si el objetivo real fuera ese, habría que poner encima de la mesa una revisión del modelo, porque no es compatible contentar a los accionistas de las empresas y mejorar la atención a trabajadoras y residentes.

Este acuerdo ha demostrado claramente la actitud de imposición de la Diputación de Gipuzkoa. No aceptan que nadie se le enfrente, aunque para ello haya que imponer unilateralmente las condiciones de trabajo al 93% de las trabajadoras. Pueden pensar que así desactivarán la movilización, que las trabajadoras en huelga se resignarán, pero eso no va a provocar más que un aumento de su indignación. Quieren mujeres explotadas y sumisas, pero ELA va a seguir construyendo la alternativa, la clase trabajadora, usuarias/os y familiares, nos jugamos mucho. El otoño también tendrá color morado, un color que teñirá de movilización a las patronales y los políticos machistas.